martes, 19 de octubre de 2010

El dilema ciencia-religión

Stephen Hawking ha demostrado recientemente (el 02-09-10) ser además de un eminente científico, un experto hombre de negocios. Escribió al alimón con el físico estadounidense Leonard Mladinow un nuevo libro titulado “The Grand Design” (El gran diseño y antes de que apareciese en las librerías adelantó a la prensa algunos extractos para asegurarse de esta forma el impacto publicitario y convertirlo en un superventas. Todo un ejercicio inteligente de marketing que a buen seguro le proporcionará sustanciosos ingresos. No sabemos qué parte se debe al autor y la que le corresponde al editor.
En la parte dada a conocer del contenido afirma que Dios no es el constructor del Universo, porque éste se originó de la nada, como una consecuencia inevitable de las leyes de la física, sin aportar nada nuevo que avale su declaración. No obstante, dada la fama del autor, su provocación produjo un gran revuelo, con la intervención, tanto de astrofísicos como de prelados y teólogos, lo que sin duda contribuirá al éxito de ventas.
Anteriormente, Hawking había sostenido en su libro “Una historia del tiempo”, que también fue un bestseller, la necesidad de un Dios creador para la comprensión científica del Universo, pero como rectificar es de sabios, así lo hizo él ahora.
El astrofísico británico puede decir que Dios ha muerto como antes lo hizo Nietzsche, pero Dios sigue tan vivo como siempre en la conciencia de sus fieles. Fue Nietzsche quien murió, como le ocurrirá en su día a Hawking.
La parte conocida del libro se limita a apuntar que la comunidad científica está próxima a elaborar una “teoría del todo” como marco capaz de de aunar las dos grandes teorías de la física, la relatividad general y la mecánica cuántica, hasta ahora inconsistentes. Es decir, la teoría unificada con la que soñaba Einstein. Pero esto no es más que una predicción, que puede cumplirse o no.
El aludido episodio vino a reverdecer el problema irresuelto de la compatibilidad de ciencia y religión. Tanto una como otra tienen camino propio y fines diferentes que no tienen por que colisionar. La ciencia busca el conocimiento valiéndose del método científico y la religión se nutre de la verdad revelada para fundamentar sus dogmas. La ciencia progresa por medio de la experimentación y considera sus verdades provisionales en tanto posteriores ensayos no demuestren su falsedad. La religión, por el contrario, asume sus dogmas como eternas e inmutables y no necesita más apoyo que la fe.
La ciencia es vital para hacer más cómoda la vida y a ella debemos el superior conocimiento de la naturaleza y la liberación de temores irracionales, que nuestros antepasados sufrieron por su ignorancia. Y no sólo contribuyen las ciencias duras; seguimos necesitando tanto como Sócrates el conocimiento de nosotros mismos. Hemos avanzado mucho en el conocimiento del Cosmos pero mucho menos en las ciencias sociales, y tenemos necesidad de saber por qué somos incapaces de convivir sin combatirnos.
La religión aspira a explicar el sentido de la vida y da normas morales para alcanzar un mundo más justo en el más allá, un lugar libre de las imperfecciones que conocemos y sufrimos los vivos.
Suele citarse una encuesta publicada en 1997 en la revista “Nature” para juzgar si los científicos participan de las creencias religiosas. El resultado que arrojó fue que el 40% de biólogos, físicos y matemáticos reconocieron ser creyentes, en tanto que el resto opinaban que ser investigador riguroso es incompatible con la creencia en Dios. Precisamente, tres días después de que Hawking saliera a la palestra, el 5 de septiembre, fallecía en Roma el eminente físico de partículas Nicola Cabibbo, que fue presidente de la Academia Pontificia de Ciencias, confesaba ser católico practicante y tomó parte en debates sobre ciencia y religión. En uno de ellos con Arno Penzias, premio Nobel de Física 1078, éste declaraba que una teoría científica para ser plausible debería predecir algo medible y verificable, condiciones que, obviamente, no reúnen las creencias religiosas. Sin embargo, tanto Newton como Descartes fueron devotos creyentes.
La ciencia reconoce sus limitaciones, y así, por ejemplo, no pasan de ser simples especulaciones la posible existencia de otros universos distintos del que conocemos, o el fin último que inspiró la creación del Universo. Es sabido que muchos fenómenos aun no tienen una explicación racional, y así se acepta. Bertrand Russell refiere que cuando en el siglo XIV apareció en Europa la peste negra la medicina no tenía nada que decir porque desconocía el tratamiento que podía darse a la enfermedad. En cambio, los predicadores exhortaban a rezar en los templos para impetrar la protección divina. El resultado fue que la aglomeración de la gente agravó los estragos de la pandemia. Por cierto que Russell tuvo en su juventud profundas convicciones religiosas que abandonó posteriormente.
Sólo la religión puede dar respuesta a la intención que supuestamente guió al Creador al hacer realidad el Universo y dar nacimiento a Adán y Eva, si bien es dudoso que pueda dar fe de si en los planes de Dios estaba que nuestros primeros padres vivieran solos en el paraíso o si les asignaba el papel de fundadores de la humanidad.
Están tan fuera de sus papel los científicos que discuten la existencia de Dios como los creyentes que rechazan los hallazgos de la ciencia o ponen trabas a la investigación simplemente porque creen que se oponen a la sabiduría establecida. Unos y otros deberían evitar invadir terreno ajeno.
La idea de que algo salga de la nada repugna a la razón, pero tratándose de Dios al que se considera omnisciente y omnipotente, no hay imposibles. Podría haber hecho primero la nada y dar paso después a la creación. Claro que siempre se podría formular la pregunta de quién hizo a Dios, pero esto forma parte de la serie de interrogantes sin respuesta posible.
Para que ciencia y religión o viceversa puedan convivir pacíficamente, es necesario que los adeptos de ambas defiendan sus respectivos puntos de vista exclusivamente con argumentos dialécticos, sin ofender al discrepante. No es prudente ni justo que los científicos ataquen las creencias religiosas, como tampoco lo es que los fieles pretendan
impedir el voluntario disfrute de los inventos por prejuicios religiosos. En este contexto, los amantes de la ciencia han acreditado una mayor tolerancia que los defensores de la fe. Nadie fue nunca obligado a aceptar la validez de los principios científicos o una ley física, y en cambio, las guerras de religión han hecho correr ríos de sangre.
Cuando Galileo, por medio del telescopio, comprobó que la Tierra no era el centro del Universo como había predicho Copérnico, se limitó a exponer lo que veía pero no obligó a nadie a darlo por irrefutable. No obstante, la jerarquía católica, por entender que el descubrimiento contravenía las Sagradas Escrituras le obligó a desdecirse, le impuso silencio y le privó de libertad. Sólo cuatro siglos más tarde la Iglesia pidió perdón y reconoció la injusticia que se había cometido con él.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Inversiones y progreso

Como el despertar de un mal sueño, la Xunta descubre la magnitud de la crisis económica y busca desesperadamente dónde ahorrar unos euros para cuadrar sus cuentas, al tiempo que descarga las culpas sobre el bipartito que le precedió y sobre el gobierno central, que por algo no es de su partido. El presidente debería recordar que fue elegido porque ofrecía soluciones y no quejas.
Por más que la crisis tenga su origen allende las fronteras, es lo cierto que la profundidad con que acá la sentimos viene agravada por pecados propios cometidos desde años ha. La forma en que se ha despilfarrado el dinero por las Administraciones ha dejado una pesada herencia que deja exhaustas las arcas públicas y obliga a usar las tijeras para prescindir de gastos, aunque conlleve recortes de prestaciones sociales.
Durante años se ha llevado a cabo una política inversora nefasta, dilapidando los recursos públicos en infraestructuras faraónicas, unas veces redundante, otras, suntuarias y casi siempre de discutible justificación desde el punto de vista rentable, de la disponibilidad efectiva de medios y del volumen de la demanda social. Por lo general se ha tenido más en cuenta complacer a votantes en campañas electorales, con criterios populistas, que en aplicar la técnica de coste-beneficio.
Y como obras son amores, he aquí algunos botones de muestra:
1. El mastodóntico proyecto de la Ciudad de la Cultura, encargado a un famoso arquitecto extranjero, a mayor gloria del a la sazón presidente de la Xunta, Manuel Fraga, no solo se aprobó sin determinar previamente los usos de sus instalaciones sino que faltó también una previsión realista de su coste.
2. De mayor antigüedad data el acuerdo de ampliar de una a siete el número de universidades, con el resultado de que ninguna figure entre las 200 mejores del mundo.
3. Cuando se produjo el desastre del “Prestige” no había en Galicia ningún puerto al que pudiese atracar un barco en peligro con riesgo de contaminación. Como reacción se construye no un superpuerto sino dos, uno en A Coruña y otro en Ferrol, separados por 60 kilómetros sin que nadie explique la razón del dispendio.
4. Tener tres aeropuertos bien equipados en el borde occidental de la región, dos de ellos en la misma provincia, separados por 60 km. de autopista con una población gallega de 2,7 millones de personas, da lugar a la escasa demanda, con el consiguiente déficit de explotación de los tres. Ante esta infraocupación, las presiones locales se disparan para que las autoridades concedan ayudas a las compañías de bajo coste, como si fuera admisible que los impuestos financien viajes turísticos o de negocios.
5. Por su parte, las Administraciones locales han prodigado sus afanes inversores en piscinas climatizadas o no, campos de fútbol parroquiales con o sin césped artificial, auditorios, centros culturales, etc. que distan mucho de tener un nivel aceptable de actividad que justifique el coste y los gastos de mantenimiento.
Ejemplos similares podrían multiplicarse, pero como muestra basta lo expuesto para apreciar la importancia del desaguisado. Como lo que se invierte en una obra resta medios para acometer otra, aunque sea más necesaria, han quedado fuera de concurso entre otras, el saneamiento de las rías y ríos, la dotación de guarderías infantiles y de residencias geriátricas por las que suspiran muchas familias, y sobre todo la inversión en I+D+i que coloca a la autonomía gallega en el vagón de cola de España y no digamos en el ámbito europeo. Esta postergación de la ciencia básica y aplicada es causa relevante de nuestro atraso económico que mantiene a nuestra región entre las más pobres de España.
Todo lo dicho supone un orden prioritario ajeno a la racionalidad, con el agravante de que ha puesto a muchos ayuntamientos al borden de la quiebra. Se impone una rectificación que haga uso del realismo y del sentido común, por desgracia poco común.