lunes, 6 de junio de 2011

En torno a la evolución

El filosofo húngaro Erwin Laszlo (Budapest, 1932), en su libro “Evolución. La gran síntesis” expone una sugestiva teoría global que podría abrir el horizonte a una mejor comprensión del ser humano y de su medio, que denomina “el paradigma evolucionista”.
Partiendo de la hipótesis de que todo lo creado se mantiene en constante evolución, plantea dos cuestiones sustantivas: si existe una interdependencia de los procesos particulares (de nuestra especie, del cosmos y de las sociedades) y hacia donde tiende esa evolución en su conjunto.
Según Laszlo, la respuesta a la primera pregunta es afirmativa porque los estudios científicos ofrecen pruebas suficientes de que los terrenos físico, biológico y social no carecen de relación. En último término, un tipo de evolución prepara el terreno para el siguiente. De las condiciones creadas por la evolución en el terreno físico surgen las que permiten la aparición de la vida, y el comienzo de la evolución biológica y de las condiciones creadas por ésta, proceden las que permiten al hombre y a otras muchas especies, desarrollar ciertas formas de organización social.
En virtud del paradigma evolucionista, los sistemas dinámicos –que son los “jugadores” en el juego de la evolución- no están sometidos a una determinación rigurosa; tienen una fundamental propiedad de divergencia. Dadas idénticas condiciones iniciales, se desarrollan diferentes sucesiones de hechos dentro de los límites y posibilidades que establecen las leyes evolucionistas.
No está claro si la evolución es un continuo o si actúa a saltos como suponía Stephen Gould (1941-2002), alternándose largos períodos de estabilidad con otros espacios en los que la evolución se acelera.
Respecto al siguiente interrogante, la teoría sostiene que la evolución avanza de tipos de sistemas más simples a otros más complejos, y del nivel organizativo inferior al superior, sin que esta evolución se manifieste de manera uniforme al paso del tiempo, sino a saltos relativamente bruscos, a través de fases de azar e indeterminación.
Tampoco es posible predecir el fin de la evolución, así en lo relativo al universo como en destino del hombre y la organización de la sociedad.
Tras una lenta evolución de la especie surgió el “homo” como el sistema más complejo de la biosfera, capaz de pensamiento consciente y de organización social compleja.
Esta reflexión nos invita a indagar el papel que desempeñamos los seres humanos, lo que equivale a interrogarnos sobre el sentido de la vida en el mundo y en el más allá y si este sentido existe.
Frente a las dudas e incertidumbres que rodean a cuanto se refiere a la existencia e inmortalidad del alma, hay un hecho real e incontrovertible que es nuestra presencia aquí y ahora, en un mundo hostil que pone a prueba nuestra capacidad de adaptarnos a las condiciones del medio. Esta realidad es decepcionante, lo que explica que mucha gente prefiera refugiarse en un mundo de fantasía en el que todo está ordenado por un ser superior que premia y castiga a los mortales.
Lo evidente que podemos contrastar y sufrir en carne propia cada día desde nuestra venida al mundo desnudos y llenos de necesidades es una aparente y radical soledad cósmica. La experiencia nos muestra con meridiana claridad que sólo de nosotros mismos depende que podamos realizar nuestros anhelos y lograr la plenitud existencial. La misma certeza empírica nos muestra que si no cooperamos, las divinidades celestiales y el planeta que habitamos giran en el espacio, indiferentes a nuestras desgracias y miserias.
Lamentablemente, la humanidad no acaba de abrir los ojos a esta realidad desalentadora. Diríase que la evolución actúa con excesiva lentitud, a menos que los dioses quieran cegarnos para que nos perdamos.

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