sábado, 10 de noviembre de 2012

El mundo dentro de 50 años



    El escritor y filósofo inglés Herbert George Wells (1866-1946) publicó en 1931 un extenso artículo en la revista “Liberty”  titulado “Cómo será el mundo  dentro de cincuenta años” en el que expuso su visión optimista  de lo que podría ser  el futuro de la humanidad, y el contraste,  con la amenazadora realidad  que  se estaba viviendo a la sazón.
    Wells imaginó que si la cordura rigiera los actos humanos, al cabo del plazo indicado podríamos sentirnos ciudadanos de un mundo totalmente distinto del que habíamos heredado de nuestros padres. Seríamos libres para recorrer y disfrutar de este maravilloso planeta, que sería de verdad nuestro.
    Predijo, sin embargo, que entre lo posible y lo real se abriría un ancho abismo. Con el paso del tiempo vería confirmados sus temores antes de fallecer en 1946, con la irrupción de los fascismos y los horrores de la II Guerra Mundial que causó la muerte de 55 millones de personas.
    Transcurridos 81 años desde la fecha de la publicación, el mundo se encuentra en 2012 en similares expectativas a 1931. Entonces se vivía el tercer año de la Gran Depresión económica iniciada en 1929. Ahora nos hallamos en el quinto de la que se desato en Estados Unidos con motivo de las famosas hipotecas “subprime”. En ambos casos, los expertos y los políticos no se ponen de acuerdo sobre qué recetas seguir para salir del embrollo. La ciencia sigue sin aportar soluciones plausibles a los problemas que origina la actividad económica y sus intrincados laberintos.
    Frente a este panorama desolador, si en 1931 era factible mejorar en amplia medida las condiciones de vida de los humanos, ¿qué podríamos decir del horizonte que abre ante nosotros la ciencia y la técnica?  La informática y las TIC seguirán mejorando la productividad del trabajo, lo que debería permitir la reducción de la jornada laboral; la gerontología prometer alargar la longevidad con buena calidad de vida; la medicina seguirá venciendo nuevas enfermedades; las ciencias físicas nos permitirán conocer mejor el Universo y nuestra insignificancia en él. Como diría el poeta: ¡Qué porvenir tan fausto Dios abre ante mis ojos…!”
    Lamentablemente, el presente también deja mucho que desear y el futuro se presenta incierto y oscuro. En la actualidad, la creciente desigualdad restringe la movilidad social y esto propicia la inestabilidad sociopolítica. El hecho tan reconocido de que la unión hace la fuerza debería conducir al consenso y la convivencia sana, pero el mundo está dividido en 192 Estados con tendencia a aumentar, de dimensiones tan dispares en territorio como la que se da entre Rusia y Kiribati (nombre antiguo de las Islas Salomón), en renta per cápita como entre Kuwait y Mali, o en poder como EE. UU. y Malta.
    Mientras existe una enorme capacidad productiva infrautilizada por falta de demanda, mil millones de personas se acuestan con el estómago vacío y por efectos del hambre o de enfermedades asociadas fallecen ocho millones de niños cada año en África, Asia y, Latinoamérica, lugares en los que patologías curables siguen causando estragos entre la población más desvalida. En contraste, la carrera armamentística se mantiene en auge y más de un billón de dólares se sustrae cada año a remediar necesidades básicas para dedicarlo a fabricar artefactos de destrucción y muerte.
    Lo que nos muestran estas paradojas y contradicciones es que la humanidad no escarmienta de sus experiencias catastróficas ni rectifica sus errores. Definitivamente, el hombre se consolida como el animal que tropieza dos veces (o más) en la misma piedra.
    Ante tan negro panorama, solo el voluntarismo haría posible contemplar la hipotética situación del mundo que espera a nuestros nietos en 2062 con un mínimo de optimismo. Bastante acierto y suerte tendrían si antes supieran y pudieran superar los desafíos que les transmitiremos. He aquí algunas de las pruebas que les esperan sin perjuicio de otras que se sucederán: regular la natalidad para que los 7.000 millones actuales de personas que somos ahora no se multipliquen en 10.000 u 11.000 millones; establecer un modelo de gobernanza más justo y equitativo que el que conocemos, en todos los países; lograr el abastecimiento de la demanda de agua y energía; paliar los efectos del cambio climático; disminuir los daños de los desastres naturales; reciclar el exceso de CO2; preservar la salud medioambiental del planeta…
    Pero a buen seguro el tiempo planteará nuevos retos imprevisibles ahora, porque la vida es cambio y todo cambio altera la normalidad y exige un proceso de adaptación al mismo mediante un despliegue de inteligencia y voluntad. La primera no faltará; mas la segunda es harto dudosa que acompañe. Lo que cabe esperar, por tanto, es que la vida seguirá siendo azarosa y que las enseñanzas del pasado seguirán siendo ignoradas. Igual que no hay paraísos perdidos, tampoco los hay en perspectiva.

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