sábado, 24 de noviembre de 2012

¿Llegaremos a un mundo sin guerras?



    En un tiempo tan calamitoso y convulso como el que nos ha tocado vivir, en el que las malas nuevas caen sobre nosotros como la lluvia torrencial, es reconfortante que alguien nos anuncie que algunas cosas tiendan a mejorar, por más que sea a largo plazo.
    Tal es el caso de Steve Pinker que explica sicología experimental en la Universidad de Harvard. En recientes declaraciones con ocasión de la publicación en España de su monumental libro de 1.104 páginas (Paidós, 2012) titulado “Los ángeles que llevamos dentro. El declive de la violencia y sus implicaciones”.
    Se pregunta el profesor si los humanos tendemos de una manera innata a la violencia de la que nunca podremos librarnos, y sostiene que la estadística comparativa prueba que hay una evidente disminución de actos violentos colectivos. Presenta como hecho demostrativo que desde 1945 no se ha producido ninguna guerra entre las grandes potencias, una situación inédita en la historia de la humanidad. A esto los españoles podríamos añadir los 73 años de paz que disfrutamos, un período tan largo como nunca antes habíamos conocido.
    Las causas de esta evolución son varias y diversas, difíciles de evaluar. La no repetición de las guerras mundiales puede estar motivada por la aparición de las armas de destrucción masiva que al ser poseídas por distintas naciones, su uso implicaría la destrucción mutua asegurada de los contendientes.
   En cuanto a España, la paz puede ser fruto del horror que inspira el recuerdo de la guerra civil, pero también por la razonable solución de los problemas más acuciantes. En ambos casos habría que buscar explicaciones complementarias en la confluencia de otros factores.
    Según el citado autor “junto a los instintos que nos impulsan a ser violentos, hay instintos de signo contrario (los ángeles que llevamos dentro). Todo depende de qué lado de nuestra naturaleza acabe siendo más influyente”. El decurso de la historia da testimonio de que la humanidad –al menos una importante parte de ella- ha elaborado una axiología que censura y condena una serie de actitudes que inducen a la agresividad. Sin duda entre los más trascendentes cabe citar los sacrificios humanos y la esclavitud hasta que acabaron siendo abolidos.
    Otro tanto puede decirse de prácticas tan bárbaras como la tortura, las ejecuciones públicas, la pena de muerte, la violencia de género o la persecución de los homosexuales, mayoritariamente consideradas como actitudes reprobables, en gran parte prohibidas por la ley.
    Me pregunto si en verdad estaremos volviéndonos más pacíficos. Me gustaría creerlo pero me asalta la duda de que sea así, por algunos detalles. Las afirmaciones de Pinker se enmarcan en la civilización occidental, y habría que contrastarlas con lo que ocurre en África, y sobre todo en Asia donde vive la mitad de la población del globo.
 No obstante, es inevitable admitir que nos falta mucho camino por recorrer para salvar la distancia que nos separa de un mundo sin guerra en el que los gobiernos dediquen más recursos y esfuerzos en promover la paz y la justicia que los que actualmente dedican a preparar la guerra aunque lo disimulen llamándoles gastos de defensa.
    Recordemos también que fueron frutos del siglo pasado hechos tan violentos como el terrorismo político y religioso, los campos de concentración, las expulsiones colectivas y la “limpieza étnica”.
    A favor de Pinker hemos de admitir la presencia en el siglo XX de insignes pacifistas, entre los que destacan Gandhi, Luther King y Nelson Mandela cuyas doctrinas siguen fructificando pese a la escasa atención que se les presta.

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