martes, 11 de junio de 2013

Un presidente atípico



    El sábado 1 de junio llegó a Madrid el presidente de Uruguay, José Mujica y el lunes siguiente visitó Vigo. Este político está considerado como el presidente más humilde del mundo y ejerce de tal por voluntad propia, y además de ser famoso por sus hábitos de pobreza, su ejemplo hace grande a su pequeño país (176.000 km2 y poco más de 3,2 millones de habitantes).
    Renunció a vivir en el palacio presidencial para seguir habitando en una pequeña casa de 45 m2 (chacra, la llaman allá) en las afueras de Montevideo, sin personal de servicio, propiedad de su esposa Lucía Topolansky. Para sus desplazamientos usa un viejo Volkswagen y dedica el 90% de su sueldo a proyectos contra la pobreza. Su comportamiento es un ejemplo vivo de que no es más rico quien más bienes posee sino quien menos necesidades tiene.
    Uruguay, que por su avanzada democracia fue llamada la Suiza de América hasta que sufrió la dictadura entre 1973 y 1985, puede estar orgulloso de tener un jefe de Estado atípico que, al tomar posesión pidió a los ciudadanos que hicieran un país más igualitario, y que por ser fiel a su origen humilde dio ejemplo de vivir ajeno a toda manifestación de lujo, ostentación y opulencia. No olvida que, según declaró, durante muchos años la noche que podía dormir en un colchón era feliz, y no digamos de los quince años que pasó en prisión por su militancia en la organización guerrillera de los Tupamaros, en duras condiciones, sin que por ello pretenda que en la sociedad de consumismo en que vivimos, la gente entienda y comparta su sobriedad. Lástima, no obstante, que su mensaje no reciba la acogida que se merece. Por el contrario, se toma como una crítica a quienes practican el despilfarro de los bienes públicos.
    Ciertamente, no sería explicable la imitación del ascetismo que predica Mujica en los países del Primer Mundo, cuyos líderes acostumbran vivir en palacios suntuosos y viajan en aviones a su servicio acompañados de numeroso séquito, costeado todo con recursos del Estado. Como dijera El Cid, “ancha es Castilla, que el rey paga”. Ellos imponen la máxima austeridad a los demás pero no comparten las estrecheces y penurias de sus conciudadanos, como si la crisis no fuera con ellos.
    Es notablemente curioso que de Hispanoamérica, o de Latinoamérica, si lo prefieren, nos hayan llegado dos llamamientos personales a  la moderación y la mesura en el gasto público: José Mujica, presidente de la República Oriental del Uruguay y el Papa Francisco, venido de Argentina dispuesto a convertir el catolicismo en la religión de los pobres. Ojalá que sus mensajes encuentren terreno abonado en la clase política y en la Iglesia jerárquica, sus más directos destinatarios.

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