lunes, 22 de septiembre de 2014

¿Quién amenaza a la OTAN?



    En 1949 se fundó la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para contrarrestar el afán expansionista de la Unión Soviética. Seis años más tarde, como respuesta, los Estados comunistas firmaron el Pacto de Varsovia.
    La caída del muro de Berlín en 1989 señaló el declive de la URSS, lo que indujo al presidente Gorbachov a tolerar la reunificación alemana con la promesa de Occidente de que la OTAN no sería ampliada. Al fracaso de Berlín le siguió el colapso soviético en 1991, lo que se tradujo en la disolución del Pacto de Varsovia.
    Parece lógico que si el antagonista militar se extingue y la ideología que lo amparaba desaparece, no hay que contar con su amenaza, y por tanto, carece de sentido su existencia. Sin embargo, la Alianza Atlántica no solo no se disolvió sino que, faltando a lo prometido, en 1999 aumentó el número de sus miembros con la adhesión de Hungría, Polonia y República Checa, y en 2004 incorporó a Estonia, Letonia, Lituania, Bulgaria, Rumanía, Eslovaquia y Eslovenia. La Federación Rusa soportó la humillación con la firma de un pacto que excluía el establecimiento de bases militares permanentes en territorio de los nuevos socios.
    En el presente año surge la crisis ucrania con la defenestración del presidente Víktor Yanukovich, y la celebración ilegal de un seudorreferendum en Crimea que sentenció la incorporación de la península a Rusia. En seguida surgió la declaración de independencia de las provincias orientales de Donetsk y Lugansk, acontecimientos ambos impulsados por Moscú. No hay duda de que la intervención en la guerra civil de Ucrania constituye un acto de agresión y vulnera el derecho internacional, pero se explica, aunque no justifica, el temor a Occidente, dado el acorralamiento a que se le somete.
    La injerencia disparó las alarmas de los gobiernos europeos y de Norteamérica que reaccionaron con sucesivas imposiciones de sanciones políticas y económicas, contestadas a su vez por el gobierno ruso, con daño para ambas partes, y crea una tensión que recuerda la dialéctica de la Guerra Fría. Lo que no tiene explicación plausible es la mudez de la ONU ante la crisis, cuya mediación estaría más que justificada.
    Además de acercarse a la frontera rusa, la OTAN no sabe como defenderse de un enemigo imaginario, dado que Rusia ni está en condiciones ni creo que sienta la tentación  de meterse en una guerra, pues de sobra conoce el precio a pagar después de perder veinte millones de sus hijos en la última, entre 1941 y 1945.
    A pesar de todo, se inventan motivos para intimidar al supuesto adversario. Se insiste en la creación de un faraónico escudo antimisiles con el pretexto, que nadie cree, de que va dirigido contras la amenaza de Corea del Norte e Irán, y en la cumbre de la OTAN que tuvo lugar los días 4 y 5 de septiembre en Newport (Reino Unido), se acordó acelerar la  puesta en marcha de una fuerza de acción rápida con cuarteles en varios países del antiguo bloque socialista, sin importar que ello contravenga lo pactado en 1997, lo cual resta fiabilidad a los acuerdos alcanzados.
    Cuando la Alianza Atlántica bombardeó Kosovo, Rusia se opuso sin ser tenida en cuenta, razón por la cual no reconoció la independencia, negativa que por motivos diferentes, comparte con España.
    A la vista de lo expuesto -que no agota el catálogo de episodios antirrusos- adquiere pleno sentido la pregunta que sirve de título al presente artículo.

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