sábado, 4 de octubre de 2014

La guerra sin fin en Tierra Santa



     A 67 años de la fundación del Estado de Israel, la convivencia pacífica en la región entre judíos y palestinos sigue siendo tan conflictiva como siempre.
    Lo que les iguala es el odio recíproco y el fanatismo religioso a pesar de tener un origen étnico común. Si damos crédito a la Biblia, fuente de las respectivas creencias, el patriarca Abraham contrajo matrimonio con su hermanastra Sara, que resultó ser estéril. Ella le cedió su esclava Agar con la que Abraham procreó un hijo llamado Ismael. Cuando el patriarca ya tenía 99 años, Dios curó la esterilidad de Sara y tuvo un hijo de nombre Isaac. De esta forma, los descendientes de Ismael se identifican con lo árabes y los de Isaac con los hebreos. Por tanto, judíos y palestinos tendrían al mismo padre, lo que desgraciadamente, no impide que se sientan incompatibles.
    El odio que les separa se agrandó cuando los sionistas fundaron Israel en 1947 en un territorio habitado a la sazón por palestinos desde que los judíos fueron desterrados por los romanos y arrasado el templo de Jerusalén cuyas ruinas forman el muro de las lamentaciones.
    Desde la fecha fundacional las naciones árabes limítrofes, Egipto, Jordania y Siria intentaron en vano en tres ocasiones destruir el nuevo Estado en 1948, 1967 y 1973. Derrotados, Egipto y Jordania, firmaron la paz, no así Siria, por no aceptar la pérdida de los altos del Golán.
    En cuanto a los árabes palestinos, viven en dos territorios separados, la franja de Gaza, de 363 km. cuadrados donde se hacinan 1.800.000 personas y Cisjordania de 5.879 km. cuadrados con población de unos 5.000.000 de habitantes. Esta última región, que para los judíos es Judea y Samaria, está ocupada por Israel, sembrada de asentamientos ilegales que hacen inviable cualquier proyecto de Estado independiente.
    Cuantos intentos se han llevado a cabo para establecer la paz se han estrellado contra la cerrazón israelí y de nada sirvieron los compromisos obtenidos en 1991 en la conferencia de Madrid de cambiar paz por territorios, ni más tarde los acuerdos de Oslo. La intransigencia israelí, amparada por Estados Unidos, le permite el lujo de desobedecer las resoluciones de la Asamblea General de la ONU, anuladas por el veto estadounidense en el Consejo de Seguridad. El resultado es que el israelo-palestino sea uno de los problemas irresueltos más antiguos en la agenda de Naciones Unidas junto con los del Sahara Occidental, Cachemira y Chipre.
En la llamada Tierra Santa existen tres religiones enfrentadas: judía, cristiana y musulmana. Las tres son monoteístas, y por tanto, excluyentes, ya que se consideran exclusivas depositarias de la verdad revelada por Dios. Las tres se apoyan en una fuente común, la Biblia. Sus doctrinas están recogidas en otros tantos libros: la Torá, los Evangelios y el Corán., respectivamente. Todos los creyentes se proclaman demócratas, pero sus prácticas distan mucho de serlo. Lo que predomina es el fanatismo que obstaculiza el entendimiento. Así, cuando un jefe de Estado sensato mostró una actitud realista, terminaba en un magnicidio. Tal fue el caso de Abdalah, rey de Jordania que fue asesinado en 1951 acusado de negociar con los dirigentes sionistas; el de Anwar el Sadat, presidente de Egipto, que corrió la misma suerte en 1981, por haber firmado el tratado de paz con Israel; y el primer ministro israelí, Isaac Rabin en 1995, por haber concedido la autonomía a la franja de Gaza. El impulso de los asesinos fue el odio, el fanatismo y el extremismo, plantas letales que crecen en abundancia en esa tierra atormentada.
    En este contexto en el que las personas sufren y la razón se ausenta, no se atisban indicios de que se pueda abrir paso una solución justa, mas tampoco las cosas pueden continuar así indefinidamente. Ambas partes viven en un ambiente de incertidumbre sobre lo que pueda depararles el futuro, con inseguridad y temor.
    Los israelíes no pueden soportar por tiempo ilimitado vivir en un campamento militar ni sentirse rodeados de países enemigos ni habituarse a la presión de la comunidad internacional. La situación en que malviven los palestinos es intolerable, reducidos a ciudadanos de segunda, humillados, empobrecidos y hostilizados por sus ocupantes. A medio o largo plazo, la tensión se tornará insostenible. El escenario de la tragedia, el Próximo Oriente, es quizás la región más inestable del mundo en la que cualquier cambio sorpresivo para mal puede acontecer como ha probado la historia reciente.
    Recuérdese, por ejemplo, la guerra entre Irak e Irán, la caída del Sha, la ocupación de Kuwait por Irak que originó dos invasiones de este país por Estados Unidos, la llamada primavera árabe, frustrada de momento, el derrocamiento de Mubarak y la deposición de su sucesor, elegido democráticamente, la guerra civil de Siria, el surgimiento del Estado Islámico, la lucha sectaria entre suníes y chiíes, etc. etc.
    El panorama que se ofrece es desolador. Para no caer en depresión, sigamos el método religioso: Dios proveerá.

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