lunes, 8 de junio de 2015

El AVE a debate



    La propuesta del partido Ciudadanos de suspender o posponer el proyecto de Zapatero de comunicar por AVE las 50 capitales de provincia ha originado la polémica entre quienes ya disponen de alta velocidad ferroviaria y quienes esperan contar con ella en breve plazo. Los primeros alegan el elevado coste que representaría y los segundos defienden su posición desde el principio de igualdad de los españoles.
    Digamos, ante todo, que el plan se puso en marcha sin cumplir una serie de requisitos necesarios, tales como un análisis previo de coste/beneficio, cálculo de retorno y cuantificación de la utilidad social que pudieran justificar, así como los costes de oportunidad de desatender otras necesidades. Se pudo haber incurrido en un nuevo error de planeamiento ferroviario como fue el establecer un ancho de vía mayor que el europeo, que tan caro nos ha costado.
    Actualmente se encuentran en servicio 3.100 kilómetros y otros 1.100 en construcción que casi en su totalidad se espera concluir en el presente año. Ello convierte a España en el segundo país del mundo, después de China, en longitud de la red. Y no olvidemos que China tiene 1.300 millones de habitantes. La suma invertida asciende a 45.000 millones de euros y completar el plan requeriría otros 13.000 millones.
    Según un estudio elaborado por FEDEA, ninguna línea es rentable. Si tenemos en cuenta que la construcción de cada kilómetro cuesta una media de unos 18 millones de euros sin contar las nuevas estaciones, y que el mantenimiento supone unos 100.000 euros por km y año, parece lógico y sensato plantearse si el plan es sostenible.
    Cierto que el AVE cohesiona las grandes urbes, facilita la comunicación entre ellas y promueve la actividad económica, pero tampoco se puede negar que está exento de inconvenientes que es necesario contemplar. En primer lugar, está previsto que se dedique solamente al transporte de viajeros, lo que obliga a mantener en servicio la red antigua para el movimiento de mercancías; introduce una competencia ruinosa con otras redes de transporte como son las aéreas y líneas de autobuses, añadidas al uso de automóviles, lo que conlleva la infrautilización de todos los medios. La rentabilidad del tren tropieza con dos dificultades: si los billetes son baratos, aumentará el déficit; si son caros, disminuirá el número de viajeros y discriminará por razones económicas. Asimismo, se enfrenta a un dilema: si se busca el aprovechamiento máximo de la velocidad, deberá tener pocas paradas, y si esta condición se cumple habrá más núcleos de población incomunicados y disminuirá la cantidad de viajeros. Los datos son tozudos y en materia de inversiones, cuando se omiten o se alteran, los resultados defraudan y salen caros. Lo demuestra el rescate de las autopistas radiales madrileñas por insuficiencia de demanda. Y más cerca tenemos las autovías gallegas del Salnés, de Barbanza y de Celanova, explotadas en régimen de concesión por empresas privadas, afectadas por graves problemas económicos a causa de una utilización que apenas excede de la mitad de la calculada. Como el canon anual que perciben las empresas varía en función de la cifra de viajeros, en 2014 cobraron 4,7 millones de euros en lugar de los 13,2 millones presupuestados por la Xunta. En caso de quiebra habría que proceder al rescate y licitar de nuevo la concesión con enormes pérdidas.
    Ante esta realidad, el Estado debe ser prudente en materia de inversiones, especialmente si la financiación total o parcial se obtiene con emisión de deuda, cuyos bajísimos tipos de interés actuales no es probable que se sostengan mucho tiempo.
    Dejar una carga financiera excesiva a las próximas generaciones haría que éstas encontrasen su futuro hipotecado. Las excepciones solo estarán justificadas con la creación de riqueza que a su vez proveerá a Hacienda de nuevos ingresos. Desgraciadamente, a los partidos que gobiernan les importa más ganar votos para asegurarse en el poder que gestionar la res pública con honradez, justicia y eficiencia,
    La simple publicidad de la propuesta de Ciudadanos suscitó la queja de ciudades y provincias que podrían ver demorada la llegada del AVE prometido, alegando el principio de equidad como derecho de todos los españoles de disponer de los mismos servicios. Este principio llevado al extremo conduce al absurdo. Quien vive en un pequeño pueblo no puede reclamar una estación de ferrocarril, o un aeropuerto, o una universidad. Lo que es justo es la igualdad de prestaciones educativas y sanitarias sin que pueda exigir recibirlas en su aldea. Las circunstancias imponen su ley y quienes deciden las inversiones públicas no pueden olvidar que los recursos siempre son escasos y que hay que aplicarlos allí donde la utilidad social sea mayor.

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