lunes, 22 de junio de 2015

Explicaciones irrisorias

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Los comicios del pasado 24 de mayo dieron un fuerte varapalo a los dos partidos mayoritarios que desde la Transición se turnaron en el poder. Así como para el PSOE los resultados adversos eran previsibles por cómo negó primero la crisis y sucumbió después a las presiones exteriores para combatirla, no ocurrió lo mismo respecto del PP. Las explicaciones  que se oyen de sus líderes más cualificados se centran en que el desafecto de los votantes se debió a un fallo de comunicación de las medidas de política económica adoptadas durante cuatro años para salir de la recesión, admitiendo también como  causa coadyuvante la ola de corrupción.
    Esta interpretación sesgada constituye un autoengaño que puede condicionar el futuro próximo del partido. Como autocrítica y enmienda proponen reforzar los contactos con la gente y transmitirle el mensaje de que “se hizo lo que había que hacer”, en palabras del presidente del Gobierno. Esto equivale a negar el hecho de que los problemas admiten más de una solución, como hay diferentes terapias para curar una enfermedad.
    La realidad desmiente que se tratase de una cuestión de comunicación. Para ello, el PP contó con los medios afines y con la domesticada TVE en manos de un confeso militante. Todos sabemos y sufrimos la existencia de una profunda crisis, pero está fuera de toda duda que el tratamiento que se le dio no fue el adecuado desde el punto de vista de la equidad y la justicia social.
    Las medidas implantadas han conducido a una España a dos velocidades: las de quienes han incrementado su patrimonio o no tienen dificultades para llegar a fin de mes y la de millones de familias que se han quedado sin ingresos para afrontar el día a día.
    Que el tratamiento dado no fue equitativo ni justo lo prueba hasta la saciedad el desigual reparto de sacrificios de las distintas clases sociales, de forma que España se convirtió en el país más desigual de la UE con excepción de Letonia.
    A este resultado contribuyeron, entre otras, las siguientes medidas adoptadas por el Gobierno:
    a) La reforma laboral, que propició unas condiciones de trabajo asalariado muy desprotegidas, con remuneraciones a la baja, precariedad en el empleo y despido barato que condujeron al aumento del paro y el empobrecimiento de muchas familias.
    b) La política impositiva regresiva que elevó el IVA al 21% ( frente a lo que habían prometido) con aplicaciones tan sorprendentes como la tarifa máxima a la cultura (cine y teatro) y la reducida del 10% al fútbol.
    c) El copago farmacéutico a los pensionistas.
    d) La reducción del impuesto de sociedades y la eliminación del de patrimonio, los cuales favorecen exclusivamente a las grandes fortunas. Hasta organismos tan poco sospechosos de izquierdismo como el FMI reconoció que los impuestos directos tales como el IRPF o el de Sociedades son más redistributivos que los indirectos como el IVA, y que la protección social es más efectiva a la hora de reducir la desigualdad.
    Si a estas políticas añadimos los efectos deletéreos de la corrupción que afecta a todas las instituciones, se explica la aparición de movimientos sociales como el 15-M, cuna de formaciones como Podemos y que dieron impulso a Ciudadanos, los cuales capitalizan la indignación popular y la protesta de tantos damnificados. Estos partidos emergentes han supuesto un soplo de aire fresco en la vieja política, cuyo primer fruto ha sido despertar de la modorra y variar varios aspectos de los programas del PP y PSOE.
    Sin embargo, el Partido Popular no parece haber aprendido la lección. Si admite como causa principal de su derrota electoral y autocrítica un problema de publicidad y propaganda, volverá a incurrir en los mismos errores de partida y, en ese caso, muy mal tendrían que hacerlo Podemos y Ciudadanos para que los electores volvieran a confiar en las promesas de los anquilosados partidos en la próxima confrontación de noviembre, en el supuesto de que no se adelante la convocatoria.
    Esa jornada electoral puede ser decisiva para consolidar el cambio anunciado o para que se frustre la oportunidad.

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