martes, 28 de julio de 2015

Grecia



    Después de tanto como se ha hablado y escrito en relación con la profunda crisis griega, insistir en el tema es comprometido por temor a incurrir en repeticiones o latiguillos. Sin embargo, es de temer que Atenas seguirá estando de actualidad porque el acuerdo al que se llegó en Viena el 13 de julio tras una reunión maratoniana de 17 horas, está cosido con alfileres y nada garantiza que su vigencia sea duradera y que los acuerdos lleguen a buen fin. Tendremos embrollo helénico para rato.
    Me limitaré a plantear algunas cuestiones que a mi juicio no fueron bien explicitadas. El origen de la tragedia se remonta  a muchos años atrás por la desastrosa gestión  de sus gobiernos corruptos, tanto de la derecha como de los socialistas del Pasok, que condujo a endeudar el país más allá de todo límite razonable, a pesar de la ayuda recibida de la UE.
    La culpa de que el país se encuentre al borde de la quiebra le pertenece a las élites gobernantes que se han despreocupado de modernizar el Estado de forma que sea homologable con el de sus socios europeos. Cuando la situación se hizo insostenible los sucesivos gobiernos acudieron a los bancos internacionales en solicitud de créditos que fueron concedidos de forma irresponsable, por cuanto la suma excedía la solvencia del deudor y el riesgo de impago era previsible. Producido éste ni los políticos ni los banqueros rindieron cuentas.
    Las entidades financieras vieron en peligro sus inversiones y para salvar sus intereses promovieron en 2010 el primer rescate que sirvió para que los bancos transfiriesen sus créditos al Fondo Monetario Internacional y al Banco Central Europeo. De esta manera el dinero se le entregaba a Grecia con una mano y con la otra se lo retiraban para dárselo a los acreedores. En definitiva, el impago de la deuda recaería sobre los contribuyentes europeos sin comerlo ni beberlo y sin que la economía griega recibiera más del 10%.
    La concesión del rescate llevaba implícita drásticas medidas de austeridad, recortes de gastos sociales y aumento de impuestos. Como resultado, la actividad económica colapsó, el malestar aumentó y la capacidad de reembolso desapareció.
    Tras el primer rescate, precedido de una quita, llegó el segundo con nuevas exigencias de austeridad. Todo en una huída hacia delante o un viaje a ninguna parte ya que sin crecimiento el sufrimiento de la población era inútil. Finalmente, en la citada reunión del 13 de julio se acordó iniciar la negociación de un tercer rescate a cambio de un nuevo giro de tuerca que incluye la rebaja de pensiones y el incremento del IVA al 23%.
   A tal extremo llegaron las condiciones impuestas por sus antes socios y ahora acreedores que primero la gerente del FMI, Cristine Lagarde, hubo de reconocer públicamente que se habían cometido errores en el tratamiento de la crisis, y poco después, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker declaró: “Hemos pecado contra la dignidad de los ciudadanos en Grecia”.
    Suele decirse que los errores se pagan, mas en este caso, quienes los cometieron se llamaron andana y las consecuencias las vienen pagando sobre todo las clases más vulnerables griegas.
    A la vista de lo ocurrido es ineludible plantearse algunas preguntas: ¿Por qué se aceptó la adhesión de Grecia a la UE si no cumplía las condiciones establecidas y no se le impuso la obligación de las reformas imprescindibles? Si Atenas falseó sus cuentas, ¿por qué no se verificaron los datos antes de admitir su ingreso en la Eurozona? Nadie ha explicado por qué se concedieron los sucesivos rescates sin exigir las reformas que facilitasen la modernización del país y posibilitaran el crecimiento mediante la corrección de vicios endémicos (corrupción generalizada, escasas medidas represivas del fraude fiscal o el aligeramiento de la Administración).
    Todo ello nos lleva a la conclusión de que los fallos habidos hicieron que el problema griego se transformase en un problema europeo y que la responsabilidad esté compartida por ambas partes.

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