domingo, 31 de enero de 2016

Guerra y paz



    Si en una encuesta de ámbito mundial se preguntase por la preferencia entre la paz y la guerra, es más que probable que la inmensa mayoría se inclinase por la paz. Diríase que la aspiración de vivir en un mundo ordenado sin violencia es común a todo el género humano.
    Siendo esto así, sorprende que la cruda realidad cotidiana sea tan distinta y que la guerra semeje una plaga irredimible de la que ningún pueblo se ha visto libre en el curso de la historia, hasta el punto de que ésta constituye un relato inacabable de conflictos bélicos desde que Caín mató a su hermano Abel.
    Indagando las causas de los enfrentamientos armados pienso que una, tal vez, provenga de no apreciar en su justo valor los beneficios que proporciona la paz, como no se aprecia la salud hasta que se pierde, y este error nos lleva a tacharla de aburrida. Otro motivo podría consistir en caer en la tentación de resolver las diferencias  por medio de la fuerza, que es el recurso más incívico de que podemos echar mano a falta de argumentos plausibles, despreciando los medios que la civilización y la cultura  pone a nuestro alcance, como pueden ser el diálogo, la negociación, el pacto, la transacción, el consenso. Cuando el entendimiento no es posible aun se puede recurrir a otras soluciones instituidas como es la mediación o el arbitraje.
    Responsables   de muchas contiendas armadas en el pasado y presente, durante siglos fueron los adeptos de religiones, de manera destacada los fanáticos de las religiones monoteístas que, llevados de su afán apostólico, pervirtieron la doctrina original y se enzarzaron en luchas sin cuartel, creyendo que así abrían las puertas del paraíso.
    Hay una razón más que sumar a las anteriores para explicar el desencadenamiento de las guerras. Es la existencia de la injusticia en las relaciones humanas puesta de manifiesto en la desigualdad social que sume a mucha gente en el desamparo en tanto una minoría no cesa de acumular riqueza sin saber como emplearla, por pura codicia. Esta inequidad genera resentimiento, envidia y odio, fuentes a su vez de violencia, que puede estallar de forma súbita en cualquier momento. Es un hecho incontestable que la paz solo puede ser auténtica como fruto de la justicia y sin ella todo equilibrio es inestable y todo acuerdo es provisional.
    Aun puede aducirse una nueva causa de la ruptura de la paz. Es la pulsión identitaria que se basa en inventar diferencias étnicas y en ellas está el origen de los nacionalismos, los cuales se alimentan de victimismo y acusan a otros de los males propios, siguiendo la vieja costumbre de buscar chivos expiatorios.
    Si fuéramos conscientes de las ventajas que se derivan de una situación de paz, la sociedad tendría que poner más empeño en preservarla comenzando por fomentarla en la educación. Suena a ironía que existan academias militares para hacer uso de la fuerza y ninguna escuela que enseñe como evitarla. Que tengamos un ministerio de defensa (antes llamado de guerra) pero no un ministerio de paz. Algún día tendrían que invertirse los términos como sería propio de una sociedad abierta, libre y sana.
    Si alguien acometiese la tarea de comparar las virtudes y defectos, los costes y beneficios de guerra y paz quedaríamos asombrados del desequilibrio y más aun del trato asimétrico que dispensamos a una y otra. Salta a la vista que la guerra es la negación de todos los valores, produce muerte, destrucción y miseria. Genera odio y abre heridas que necesitarán muchos años para cicatrizar.
    Incluso desde el punto de vista económico, los costes de un conflicto armado están a años luz de los que se ocasionan en un período de paz. En tiempos normales se aplica el funesto principio “si quieres la paz, prepara la guerra”, copiado de los romanos, y como consecuencia, en tiempos normales se gastan ingentes cantidades de dinero en fabricar o comprar artefactos militares (en la jerga militar sistemas de armas) que pasado un tiempo quedan obsoletos y entonces vuelven a exigir nuevos gastos para su achatarramiento. Y que terminen como escombros, es lo mejor que se puede esperar. En el caso de que fueron aplicados a su finalidad propia, para matar, al coste de adquisición habría que sumar el de mantenerlos operativos y el de los proyectiles, cuyo precio es enormemente elevado.
    Ciñéndonos al caso de España, en 2010 el Gobierno aprobó un plan comprensivo de diecinueve programas para compra de armamento cuyo importe rondaba los 30.000 millones de euros que vino a agravar la situación provocada por la crisis. Como muestra del precio de adquisición, un avión de combate EF-2000 cuesta 135 millones de euros.

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