domingo, 15 de enero de 2017

Cuento de Navidad



    Allá por 2003 vivía en Madrid un matrimonio formado por Atanasio Berdullas y Luz Rebolledo. Ambos eran padres de una pareja de gemelas nacida en el siglo anterior cinco años antes.
    La familia pertenecía a la clase media con ingresos totales de 2.500 euros procedentes del sueldo del cabeza de familia como empleado de banca y el de su esposa como peluquera esteticista. Pagaban un alquiler de 350 euros y durante las vacaciones estivales se habían permitido el año anterior ocho días en Canarias, lo mismo que otros muchos españoles de rentas similares.
    Con anterioridad al año indicado ya había comenzado en España el auge de la construcción residencial, correspondido con el sentimiento popular de poseer vivienda propia, estimulado por las facilidades crediticias ofrecidas por las entidades financieras mediante la concertación de hipoteca.
    Atanasio y Luz se dejaron convencer por otras parejas amigas para pasar de inquilinos a propietarios y pagar por intereses y amortizaciones de los préstamos poco más de lo que abonaban por el alquiler. El mismo ejemplo lo veían  en sus compañeros de trabajo de ambos cónyuges.
    De común acuerdo, se pusieron en contacto con una de las promotoras, y una vez establecido el precio negociaron con el banco la subrogación de la parte que correspondía a su piso en la hipoteca que el constructor había contratado con el banco prestamista. Se firmó el contrato por importe del 100% del valor de tasación, incrementado en una cantidad para el cambio de mobiliario que el banco les recomendó, todo ello a un interés variable  del Euribor más el 0,75%.
    Durante varios años pagaron religiosamente sus cuotas mensuales aun cuando en alguno hubieron de sacrificar el viaje de vacaciones. La situación empezó a cambiar cuando a muchos miles de kilómetros de distancia, en Nueva York, en setiembre de 2007, se descubrió que grandes bancos habían comercializado paquetes de hipotecas basura y un año después, el tercero por su importancia se declaró en quiebra. Así se desencadenó la crisis que nueve años más tarde  todavía sigue viva. La reacción de las entidades financieras fue suspender la concesión de créditos, la fiebre constructora estalló como una burbuja y en 2009 la economía entró en recesión. Ello supuso el cierre de negocios, quiebras empresariales,  y como lógico resultado, el paro creció en forma exponencial. Nuestro hombre se vio envuelto en un ERE (expediente de regulación de empleo) y a sus 45 años perdió su única fuente de ingresos, su trabajo con solo la prestación temporal por desempleo. Durante este tiempo la familia sobrevivió hasta 2012 con la prestación social y el sueldo de la esposa aun cuando la empresa donde trabajaba sufrió una sensensible pérdida de negocio que le  impuso un recorte de sueldo bajo amenaza de despido.
    Situada la familia en esta dramática situación, llegó un día en que no pudo hacer efectivo el pago de las cuotas hipotecarias por mucho que restringiera sus gastos de consumo. Pasados seis meses de impago, a instancias del banco, el Juzgado le comunicó que en el plazo de quince días  se procedería al lanzamiento, fecha que coincidía con la víspera de Navidad. Personado Atanasio en el banco, le comunicaron que además de perder  las amortizaciones efectuadas, quedaba debiendo 20.000 euros por diferencia entre el valor de tasación del piso y el precio actual de mercado. Ante tal ultimátum no es posible imaginarse la angustia que se apoderó del matrimonio y sus hijas. Después de muchas ideas en busca  de solución, optaron por trasladarse a la casa de sus suegros, los padres de Luz.
    En medio de tales apuros y apremios se consolaban pensando que el refugio de sus padres les había salvado de quedarse en la calle como les ocurrió a otras familias  en trance similar.
    Consumado el desalojo, Atanasio sentía querencia por la vivienda que había habitado muchos años, y a menudo, de paso al INEM, la contemplaba vacía y deshabitada y se preguntaba qué clase de delitos había cometido para sufrir tantos zarpazos y qué beneficio obtenía el acreedor sin encontrar comprador y expuesto a que en cualquier momento  terminase sirviendo de alojamiento de grupos de “okupas”.

1 comentario:

Ramón dijo...

Muy bien expuesto. ¡Que cruda es la realidad!