miércoles, 1 de marzo de 2017

Cosas "Trumperas"



        Los norteamericanos eligieron a Donald Trump el 2 de noviembre de 2016 como el 45º presidente, un candidato muy singular por diversos motivos. Se trata de un multimillonario de 70 años, enriquecido con operaciones inmobiliarias, en el que nadie creía por sus insólitas promesas electorales. Un político sin la menor experiencia en los asuntos públicos, tanto que ni siquiera cumplió el servicio militar y alardeó de no pagar impuestos. Su carácter brusco y peleón se puso de relieve en su primer mes de mandato con gestos tan destemplados como colgarle el teléfono al primer ministro australiano.
    Muchos observadores le juzgan mentalmente desequilibrado. El que fuera subsecretario de Estado Nicholas Burns cree que es “una montaña rusa” emocional y un equipo de siquiatras, sicólogos y profesionales de la salud  publicó en el New York Times una carta en la que reconocen  “la grave inestabilidad emocional” como revelan  las palabras y actos públicos del nuevo Presidente que le incapacitan para ejercer el cargo. Lo cierto es que esta persona fue elegida democráticamente para gobernar durante cuatro años, ampliables a ocho, la mayor potencia económica y militar del planeta con influencia sobre el resto del mundo.
    Los análisis demoscópicos señalan que le habrá dado su voto la mayoría de las clases pudientes y los blancos de clase media que se consideran olvidados de Washington por no participar del crecimiento de la economía. No parece que  haya contado con los sufragios de la mayoría de los más de 40 millones de pobres, de los once millones de inmigrantes indocumentados, de los 30 millones de negros, de los 40 millones de hispanos, de los dos millones de presos y de las mujeres. Lo que en definitiva constataron los resultados fue la profunda división de la sociedad  y el dudoso acierto de los electores. El tiempo dará su veredicto.
    Con la perspectiva que da el primer mes de su presidencia, Trump  entró en la Casa Blanca como un elefante en una cacharrería, dispuesto a derribar todo lo construido por su predecesor, derogando la ley del seguro de enfermedad de los más necesitados, el proyecto de restringir la venta de armas y la expulsión masiva de inmigrantes. Acusó a la CIA y demás servicios secretos, a los periodistas y a los jueces. Se declaró partidario de autorizar la tortura como método de interrogatorios y cada día amenaza a alguien por medios de tuits.
    En política exterior, insultó y humilló a México después de realizar una visita a la capital, anunció la denuncia del Nafra (acuerdo comercial con México y Canadá) y hacer lo mismo con el Transpacífico con los países del Océano, declaró posible el reconocimiento de Taiwan, que es una línea roja para China, y se opuso a la ratificación del acuerdo sobre el cambio climático suscrito por más de cien países. En esta tendencia a subvertir el orden internacional es impredecible lo que nos puede deparar el fenómeno Trump.
    La predisposición a crearse enemigos a su alrededor es un lujo que no puede permitirse ningún jefe de Estado por muy poderoso que sea. Por ello tengo serias dudas de que pueda concluir su mandato, por una serie de sucesos que podrían abreviarlo. Uno de ellos sería la revelación de los medios de comunicación a los que Trump llamó enemigos del pueblo de posibles trapos sucios que resultarían incompatibles con el desempeño del cargo.
    Otro motivo consistiría en la acumulación de errores o disparates en política interior y exterior que podrían dar lugar al “impeachment” previsto en la Constitución como experimentó Richard Nixon.
    Una tercera causa podría ser la acusación de la pérdida de la salud mental que le incapacitaría para cumplir sus funciones.
    Por último, nunca es desdeñable el riesgo de un atentado auspiciado por el fanatismo político y religioso. A ello debieron su muerte cuatro presidentes  estadounidenses y, aunque salvó la vida, Reagan fue víctima  de un magnicidio frustrado.
    Sea cual fuere el desarrollo de su presidencia, mucho tendrá que cambiar Trump de palabras y hechos, de gestos y decisiones, o su país sufrirá las consecuencias con repercusiones en otras partes del mundo.
    Como la maldad no tiene límite, si por cualquier razón  el Presidente viera interrumpida su carrera presidencial, le sustituiría el vicepresidente Pence que, a juzgar por su trayectoria y sus declaraciones, sería su gobierno una segunda edición corregida y aumentada de su maestro. Es para echarse a temblar ante lo que puede suceder en los próximos años.

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