lunes, 8 de mayo de 2017

Desprecio del dinero



    No trato de un particular con mucho dinero que de repente abomina de él y lo reparte al azar en la calle sino del que los políticos malgastan en obras suntuarias, redundantes o simplemente innecesarias.
    En el pasado mes de marzo, el presidente del Eurogrupo y exministro de Finanzas holandés, Jeroen Dijsselbloem, declaró a un diario alemán que los países del sur de la UE no pueden gastar su dinero en vino y mujeres y pedir luego ayuda (a los del norte). Tales palabras irritaron sobremanera a españoles y portugueses que se dieron por aludidos. Semejantes afirmaciones fueron impertinentes, pero es cierto que se han malgastado cantidades superiores en inversiones fuera de lo posible, económicamente hablando.
    Aun cuando el derroche en inversiones improductivas afecta a todo el país, ciñéndome a la autonomía gallega, por ser en la que vivo y la que mejor conozco, los ejemplos salen al paso y se multiplican.
    Las inversiones disparatadas suelen tener como origen el propósito de gobernantes locales, bien sea por halagar a sus vecinos con construcciones de carácter preferentemente cultural o deportivo que facilite los votos necesarios para ser reelegidos en la próxima convocatoria. Otras veces, el impulso inicial proviene de imitar a un colega para no ser menos que otra villa o ciudad donde el regidor de turno haya tomado la iniciativa.
    Estos proyectos, al plasmarse en la realidad conllevan dos efectos negativos: dañan el presente e hipotecan el futuro. Por un lado incurren en costes de oportunidad por cuanto al dedicar recursos escasos a un determinado fin, impide atender otras necesidades que podrían ser prioritarias; por otro, la ejecución de tales proyectos comporta un elevado gasto que puede endeudar a la Administración y la obliga a asumir los de mantenimiento, independientemente de que se realice mucha, poca o ninguna de las actividades que estaban previstas. En este tipo de gastos predominan los de personal, los cuales son de difícil extinción al estar amparados por contratos laborales.
    Lo que se repite casi siempre en las grandes inversiones es que no van precedidas  de adecuada planificación que garantice la capacidad económica del organismo público para afrontarlas, que estaban justificadas por la demanda de la población y que se habían previsto los ingresos futuros para su sostenimiento.
    Ejemplo paradigmático de obra faraónica sin uso definido que reúne todos los atributos negativos, es la llamada “Ciudad de la Cultura” en Santiago, todavía inconclusa después de varios lustros de su comienzo. Su construcción, que ya consumió  cientos de millones de euros, se llevó a cabo por inspiración y capricho del a la sazón presidente autonómico, Manuel Fraga, que tuvo la mala suerte de morir sin ver concluido su mausoleo. Y lo que es peor, sigue sin saberse a qué dedicarla.
    Gracias al crecimiento de los impuestos derivados de la burbuja inmobiliaria y a la cofinanciación de la UE, se echó a volar la imaginación. Se empezó por las universidades creando siete campos en otras tantas ciudades multiplicando las titulaciones sin un plan lógico de distribución territorial. Se había producido antes la triplicación de aeropuertos, separados entre sí por 50 km. de autopista; todos deficitarios. Más tarde, a raíz del hundimiento del petrolero “Prestige” y la consiguiente catástrofe ecológica, se decidió la construcción de un superpuerto de refugio en Langosteira (A Coruña) para competir con otro preexistente en Ferrol aumentando innecesariamente los costes operativos.
    En cuanto a las diputaciones y ayuntamientos, no se quedaron atrás. Merced al aumento de la recaudación, tenemos siete palacios de congresos y recintos feriales, cerrados la mayor parte del año, dos grandes orquestas filarmónicas en Santiago y A Coruña, y el territorio sembrado de campos de fútbol, muchos de ellos con césped artificial, piscinas públicas climatizadas o no, polideportivos, auditorios, etc. con un bajo porcentaje de utilización.
    Para sus promotores, lo importante es que se hable de ellos durante la solemne inauguración, Después vendrá el endeudamiento de la Xunta, diputaciones y ayuntamientos. Ancha es Castilla, que el rey paga, como se decía en tiempos pasados.
    Como los medios disponibles son escasos y las necesidades ilimitadas, el sentido de la responsabilidad de los gobernantes aconseja establecer un orden de prioridades, huyendo de improvisación, caprichos y megalomanías, así como administrar con rigor los impuestos de los ciudadanos.

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